Corre con mujeres que corren con ella.
Corre con otras lobas.
Se detiene.
Se sienta sobre sus patas traseras
y aúlla.
La luna está negra
pero aúlla hacia esa sombra
porque extraña la luz.
Sus patas se hunden en la tierra húmeda
y percibe en ellas temblores,
cercanas erupciones de volcanes
que se avecinan.
La vía láctea chispea en sus ojos
rojos nocturnos como lava burbujeante.
Sus bigotes intuyen otras galaxias.
Esta loba mientras duermo
me mira desde los pies de la cama.
Me dice
que ya no es necesario correr
pero sí dar un gran salto,
que allí donde veo un pozo profundo
hay un bosque esperándome.
Otras veces
siento el rústico calor de su pelaje
entre mis piernas.
Y en el entresueño me confundo.
Esos pelos, esas patas, esos bigotes,
esos ojos de vigilia interminable