A veces un instante
cabe en una flor,
la hora dorada
extiende su lumbre al alma;
interjuego solaz
que oscurece los cerros
resaltando su gloria
y al asfalto viste de seda.
La hora mágica, o la hora de las memorias ancestrales, le llamo yo a ese momento del atardecer donde el sol ilumina oblicuo y todo se tiñe como de bronce. Ese lapso del día insiste en recordarme algo que sobrepasa esta vida, como un fragmento de una arcaica visión conocida, que se intensifica en otoño.
Natalia Sol Peralta

No hay comentarios.:
Publicar un comentario