Salir a la vereda y ver cerros
asomados a lo lejos; andar en colectivo y ver cerros contorneando el camino;
levantar la vista desde una plaza y ver la silueta de los cerros debajo de un
cielo anaranjado. Despertar por la mañana o tenderse a una siesta con el canto de
las aves oriundas de tierras que empiezan a hacerse amigables. El paisaje en
sepia, verdes desteñidos por la sequía, provincia como con una idiosincrasia
otoñal de tibieza esteparia...
Mi hogar ahora es entre cerros,
cuando la tierra se levanta ante mí
la Pacha protectora me abraza.
Sus ojos marrones observan mi andar,
mis pasos suben
en el suelo,
en la existencia.
El viento choca y se desliza, cae
silbando melodías del cielo,
entonando cantos ancestrales.
El suelo tiembla,
bailan las piedras
y vibra la vida, se mueve el alma
en un fragmento del planeta azul.
Acaricia el sol más fuerte en lo alto,
rasguña las cimas
donde el cóndor revolotea.
Relieves de luz, picos sagrados,
en las alturas se erige
la esencia de la paz,
interna, eterna.
Natalia Peralta
Fotografía: Natalia Peralta





