Me gustan las ventanas, en su simbolismo y mirar a través de ellas. Te enmarcan un pedazo de mundo, te traen el reflejo de memorias de otros tiempos. La ventana de tu habitación de niño o adolescente; la ventana de la casa de una abuela o una tía y su pedazo de patio, de barrio o de cielo; la ventana de tu bar favorito, el que desde la quietud contemplativa te mostraba a la gente moviéndose afuera; y tantas ventanas que con sus paisajes urbanos o naturales se nos guardan como un álbum de fotografías en la memoria.
Hoy he vuelto a pasar los días mirando a través de una ventana por la que alguna vez miré con ojos de niña, de adolescente y de inicios de juventud. Contemplé desde ella con la mirada de una infancia que terminaba, con la mirada de la adolescente oscura y melancólica que fui, y luego con la mirada de la joven que descubrió el yoga y el budismo, viendo con otros ojos a través de esos cristales, con su percepción cambiada del mundo.
En algún momento sentí temor de que al volver a alojarme en mi vieja habitación después de tantos años se me viniera todo el pasado encima. Pero no. La habitación ya no es la misma. El paisaje ya no es igual. Y yo soy otra. Donde antes se contemplaba un paisaje gris ahora hay un árbol que creció inmenso pincelando de verde todo el panorama. Y yo también reverdecí.
Natalia Sol Peralta
Ph. Natalia Sol Peralta
Caballito, Buenos Aires.