Hoy vuelvo a tomar el timón
siguiendo las coordenadas
de mi constelación acuariana.
Una oscura tormenta oceánica
de olas indomables
dio vuelta el navío de mi ser.
Trague agua hasta volverme mar.
Se me enredó el ancla en los tobillos.
Conversé con todas las criaturas
de los abismos marinos,
me llene de escamas
y me volví parte del paraíso acuático.
Pero tenía que volver.
La soga se disolvió en mis piernas,
pasó del tiempo,
pero quedaba aún aliento en mi alma
y comencé a emerger.
Me encontré con un barco a flote
repleto de gaviotas,
me recosté entre todas ellas
y me salieron alas.
Mi piel recubierta de sal
se trizó al sol, me agrieté
como una estatua de yeso
y cayeron todos mis pedazos.
Llegó una nueva noche,
otra fría y oscura noche del alma,
bajo un plenilunio a cielo abierto.
Lágrimas, mareas y suspiros.
Me sentí abrazada por alas y escamas,
y por algo más…
Cerré mis ojos, sentí que flotaba
entre el océano y el cielo.
Desperté sin saber muy bien lo que
era
pero toda reconvertida en lo que
debía ser.
Me moldearon un millar de manos
astrales.
Me revivió el llamado de una brisa
terrestre.
Tenía que volver.
Me aferré al timón con fuerza
y me encaminé hacia la costa.
Aún sigo navegando mi regreso.
Y veo la luz de un faro.
Natalia Sol Peralta