Hay una palabra que me atraviesa. Hay un estado del ser, dentro y fuera del cuerpo, que es grande adentro y es grande afuera. La unidad entre lo externo y lo interno. La piel como única barrera que delimita lo humano. Más que una palabra es el concepto de un todo. El éter que me sujeta. El éter que llena todos mis huecos internos. El alma.
Se siente tan bien ser una misma. En
los días buenos y en los días malos. Con todas las virtudes y con todos los
defectos. Se siente bien porque ya no hay que fingir nada. Soy lo que soy, sé
lo que sé, siento como siento.
Ya no busco la aprobación ajena porque
me apruebo a mí misma. Ya no persuado a nadie para que entre a mi vida ni para
que salga de ella. Que estén los que tienen que estar. Claro que a veces me sorprendo, con
silencios imprevistos, con visitas inesperadas. Recibo los silencios con
respeto y recibo las visitas con alegría. Me gusta el inacabable estupor de los
vínculos.
Siento este tornarme cada vez más
segura de mí, este pulir y demoler lo edificado encima de esta cariátide, este
ir soltando el peso de las manos, la cabeza y la espalda, que dejará al
descubierto la escultura carnal sosteniéndose en el pilar de su alma, cimentada
con la misma materia volátil del ánima que rellena todas mis concavidades.
Natalia
Sol Peralta

