20.12.12

Poema mojado












Ya era tarde y había visto los primero relámpagos, 
no obstante decidí salir y caminar hacia mi meta.  
Quería escribir un poema en el parque cercano a mi casa 
entre los árboles y la húmeda brisa del atardecer. 
Me senté en un banco y escuché tronar a lo lejos. 
El poema siguió su rumbo, como quien no quiere la cosa, 
sin temores de tintas corridas por el agua próxima a caer. 
La poesía fluía de mi alma transportada por mis manos al papel. 
Los truenos de un cielo relampagueante me incitaban al regreso, 
alertando la tormenta que se aproximaba al instante. 
Pero el aroma húmedo del aire, con susurros de lluvia, 
me invitaba a terminar el poema. Así fue que lo finalicé 
cuando una gota se apresuró a dar el punto final sobre la hoja. 
Guardé mi cuaderno, con poema y gota adentro, 
e inicié el tranquilo camino de regreso. 
Mientras la lluvia se intensificaba, mis pasos eran más lentos. 
La ciudad simuló desaparecer bajo el agua, 
sólo éramos un manantial de cielo, rayos, truenos y yo. 
El agua corría en mí como un río sagrado,
mis pies casi desnudos visitaban charcos de intensidad.
Llegué a casa y saqué presurosa el cuaderno. 
Con manos húmedas, sobre un regazo de tela empapada, 
finalicé el relato de un trance glorioso en mi cotidianidad.

Natalia Peralta